La toma de la Bastilla

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La enfurecida población de París se lanzó al asalto de la prisión de la Bastilla un 14 de julio de 1789, una antigua fortaleza que se había convertido en símbolo del despotismo real. Su caída en manos del pueblo constituyó el comienzo de la Revolución Francesa.

Cuando la noticia llegó a Versalles, el rey preguntó: «¿Es una revuelta?». Y un ministro le contestó: «No, Señor, es una revolución”. Luis XVI destituyó a su ministro de finanzas, Jacques Necker, hecho que desencadenó una revolución. La noticia de la crisis provocó en París una verdadera conmoción.   

El 12 de julio, tres mil personas se concentraron en los jardines del Palais Royal, y desfilaron en una manifestación multitudinaria que recorrió la ciudad al modo de una procesión fúnebre, con banderas negras, abrigos y sombreros, además cubrieron con un velo el busto de Necker; todos lloraban la caída del ministro en el que confiaban. Y los parisinos repetían palabras nuevas como libertad, nación, tercer estado, constitución, ciudadano… 

Esta destitución evidenciaba la decisión del rey que quería acabar con la transformación constitucional iniciada dos meses antes; era un «golpe de Estado», un acto «despótico» contra el que había que reaccionar.

En París se sentía un clima de miedo y hasta de paranoia, consecuencia de graves problemas de subsistencia que aumentaron la presencia de pobres y mendigos. El rey estaba solapadamente preparando una brutal represión, al movilizar las tropas en torno a la capital, con orden de ocupar. 

La jornada del martes 14 de julio puso en marcha la Revolución. Al despuntar el día se difundió el rumor que, en el Hotel de los Inválidos, un hospital militar al oeste de la ciudad, se habían depositado 30.000 fusiles. El edificio cayó en manos de la muchedumbre.

Miles de hombres se dirigieron a la Bastilla, en el otro extremo de la ciudad, para aprovisionarse de pólvora. Finalmente, pasadas las 5 de la tarde, el gobernador Launay mandó abrir las puertas y la guarnición se rindió, consolidándose la gran victoria. Este episodio cristalizó una gran gesta, actos heroicos, hasta convertirse en el símbolo de la Revolución y del inicio de una nueva era de libertad.

La Revolución Francesa de 1789 representó el fin del Antiguo Régimen, y el inicio de una época moderna. Luis XVI encarnó en su tragedia personal la contradicción irresoluble entre las dos épocas. Convencido de que reinaba sobre los franceses en virtud de un derecho divino, y que por tanto no tenía que rendir cuentas de sus actos ante nadie.

El rey aceptó de mala forma la convocatoria en 1788 de una asamblea estamental para discutir la crisis financiera de la monarquía. Así, cuando se produjo el asalto popular contra la Bastilla, no consideró que el episodio tuviera tanta importancia, pero enseguida los hechos le hicieron ver su error.

Unas semanas después, el palacio de Versalles era invadido por la masa revolucionaria, y Luis y María Antonieta eran llevados a París. Tras el fracaso de su intento de huida en 1791, la hostilidad contra la monarquía se acentuó, hasta la insurrección de 1792 y la puesta en marcha del Terror revolucionario, su primera víctima fue el mismo Luis XVI, guillotinado en 1793. 

Con esta ejecución y la proclamación de la República, los revolucionarios creían haber terminado con la larga época donde reyes y aristócratas oprimían al pueblo, inaugurando una era de libertad, igualdad y fraternidad, que es la máxima inspirada por la revolución.

El clima cultural que abre paso a la revolución se va desarrollando con la Ilustración y la Enciclopedia. Es imposible demostrar que la masonería francesa diera orden para iniciar, dirigir o encauzar los acontecimientos. Lo cierto y demostrable es que varios líderes de la revolución fueron miembros de la masonería. Las logias masónicas en Francia fueron las correas de transmisión de nuevas ideas, actuaron como sociedades de pensamiento, por lo que es innegable su aporte ideológico y simbólico.

La triada masónica «Libertad, Igualdad, Fraternidad», fue incorporada al acervo revolucionario. Los colores de la bandera republicana -azul, blanco y rojo-, proceden de los tres tipos de logias de la escarapela tricolor ideada por Lafayette, francmasón y carbonario. 

El gorro frigio, símbolo de la república, es igualmente un símbolo masónico. El mismo himno de la revolución, «La Marsellesa», compuesto por el también francmasón Leconte de l’Isle, fue cantada por primera vez en la Logia de los Caballeros Francos de Estrasburgo. Y así mismo, todo el simbolismo griego que adoptan los revolucionarios, al igual que el deísmo naturalista del que hacen gala, puede encontrarse sin dificultad en las leyendas y temas masónicos.

Fuente:  National Geographic

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/14-julio-1789-toma-bastilla_6776

Rosita López, Corresponsal de Gran Logia Femenina de Chile