El Día de las Madres, más allá de su carácter conmemorativo, es una oportunidad para reflexionar sobre el significado de la maternidad y su evolución en el tiempo. Históricamente, esta fecha tiene raíces en ritos antiguos que veneraban a la madre como símbolo de fertilidad y cuidado, pero fue en la modernidad donde adquirió un tono sentimental que, por momentos, idealizó y redujo a la mujer-madre al ámbito doméstico y al sacrificio silencioso.
Con el avance de la perspectiva de género y los movimientos feministas, la figura materna ha sido resignificada. Hoy se comprende que ser madre implica amor y entrega, pero también trabajo físico y emocional no remunerado, que muchas veces invisibiliza las necesidades y derechos de las mujeres. Esta comprensión exige que la maternidad no sea un trabajo exclusivo de la mujer, sino una labor compartida.
Aquí es donde cobra relevancia el rol del padre y el compromiso de la sociedad en su conjunto. La corresponsabilidad en la crianza implica un involucramiento real del padre y el respaldo de políticas públicas que apoyen el cuidado infantil, los derechos laborales y el reconocimiento del trabajo de cuidado como eje estructural de la vida social.
Desde la mirada masónica, los pilares de Libertad, Igualdad y Fraternidad invitan a repensar la maternidad desde una ética de justicia y equidad. La madre no debe ser vista como figura estática o sacrificada, sino como ser pleno, creador, capaz de ejercer su rol desde la dignidad y la autonomía, en un entorno que valore y comparta las tareas de cuidado, con transformaciones reales en las estructuras familiares, laborales y sociales, construyendo un presente donde el rol de criar y cuidar sea verdaderamente compartido.
Por Lil Scheiging Bittner, Departamento de Género GLFCH.