En los albores del siglo XX, mientras el sol naciente teñía de oro los Andes chilenos, una semilla de cambio germinaba en el corazón de una sociedad anclada en tradiciones pseudo democráticas. Era un despertar silencioso, pero inminente, como el aleteo de una mariposa que promete tormentas.
El 14 de enero de 1949 marcó un día que cambiaría para siempre el rostro de Chile, pues se promulgó la ley que concedió a las mujeres el derecho a votar en elecciones presidenciales y parlamentarias. No fue un regalo, sino la conquista de décadas de lucha apasionada por la igualdad de derechos, un clamor colectivo liderado por voces como la de Amanda Labarca, quien como una Atenea moderna, empuñaba la pluma como si fuese una antorcha en la oscuridad y Elena Caffarena, una Artemisa del pensamiento crítico que cazaba prejuicios con la precisión de quien entiende que la ignorancia es el enemigo más férreo. Juntas, con el MEMCH (Movimiento Pro-emancipación de las Mujeres de Chile) como estandarte, crearon un espacio donde las ideas progresistas florecieron como un jardín secreto, regado por la audacia de imaginar lo imposible.
Esta organización sufragista, agenciada por la ley del 49 fue el eco de mil voces que la antecedieron. De las manos encallecidas de Teresa Flores, quien en las salitreras del norte tejía redes de resistencia obrera mientras soñaba una democracia sin géneros, hasta los discursos incendiarios de Carmela Jeria, primera mujer periodista obrera, que desde «La Alborada» hacía temblar los cimientos de la oligarquía con su pluma insurrecta. El sistema comenzó a agrietarse bajo el peso de una pregunta revolucionaria ¿quién decidió que el poder tiene género?. Así, mientras el feminismo emergía, los grupos medios, sobre todo obreros de pensamiento laico, encontraron en esta grieta su propia revolución. Porque la libertad, como bien conoció María Pesqueira desde sus luchas en la FOCH (Federación Obrera de Chile), no conoce de clases ni de géneros: solo de dignidad y de sueños compartidos.
Hoy, al contemplar el legado de aquellas revolucionarias del espíritu, una pregunta reverbera en el aire: ¿Qué significa ser verdaderamente libre en un mundo que aún teme al poder de las mariposas?. La respuesta, quizás, yace en el vuelo mismo, en la osadía de seguir soñando, en la valentía de batir las alas contra los vientos del conformismo.
En definitiva, el voto femenino fue el primer aleteo de una tormenta que aún ruge. En cada urna, en cada voto, en cada decisión tomada por una mujer, palpita la promesa de un porvenir donde el género no sea nunca más una jaula, sino una llave; y la democracia no sea privilegio, sino un espejo fractal en el que la diversidad sea su belleza y su desafío.
Porque en el vuelo de las mariposas está la promesa de un mundo donde la Justicia, más que un ideal lejano, sea el pulso cotidiano de la humanidad.
Por Belén A. Bascuñán Berríos, Logia Mediodía N°49 de Santiago, la primera Logia diurna de la GLFCH.