“El deber central entre todos los deberes”
Josiah Royce
La palabra lealtad tiene su origen en el latín “legálitas”, el mismo origen y forma sonora que “legalitátem” que implica la lex y lo legális (ley y legal, respectivamente). Es entonces un sentimiento que nos conduce a cumplir, respetar, proteger y defender los pactos que suscribimos.
El concepto ha sido relevante en toda la historia de la Humanidad, especialmente en el estudio filosófico de este valor considerado en nuestros tiempos como esencial, pero escaso.
Aristóteles decía que la lealtad es una virtud humana y “un término medio entre dos errores y debe estar moderada por la prudencia”. Lealtad implica entonces capacidad de discernimiento, lucidez y coraje. Sócrates sostuvo que la primera lealtad es ser fiel a uno mismo y Platón la consideraba solo un ideal.
En los inicios del siglo 20, Josiah Royce escribió “La filosofía de la lealtad”, virtud a la que define en detalle como “el principio moral básico del cual se derivan todos los otros, el deber central entre todos los deberes”.
La lealtad implica necesariamente un vínculo. Puede ser individual o colectivo. Se puede ser leal a la familia, a la empresa en la que se trabaja, al partido político en el que se milita o a cualquier organización a la que se pertenece. También se es leal a un amigo o a una persona en particular.
En todos los casos, el libre albedrío es el punto de partida, es un acto voluntario. Se elige ser leal y se elige a quién ser fiel. No por un rato, no por un tiempo determinado. La lealtad se mantiene en el tiempo y se expresa en la búsqueda constante de un bien común.
Si no hay lealtad, no existe la comunidad. Así si se es desleal con una organización, el daño es colectivo. Pero si se es desleal con una persona en particular el daño es aún más profundo y casi siempre irreparable.
Por Sandra Arrese, Corresponsal Logia Venus Geométrica Nº52 del Litoral Central.