
En Masonería, el Solsticio de Invierno simboliza el punto más profundo de la oscuridad desde donde comienza el renacimiento de la luz. Se conmemora como un momento de recogimiento y reflexión en el que se renueva nuestro compromiso con el trabajo interior. Así como el Sol inicia su ascenso tras alcanzar su mínima expresión, también el ser humano puede, desde su momento más sombrío, comenzar un nuevo ciclo de crecimiento y claridad.
Desde el punto de vista astronómico, el Solsticio de Invierno marca el día más corto y la noche más larga del año. Ocurre porque la Tierra está inclinada sobre su eje y en esta fecha uno de los hemisferios se encuentra más alejado del Sol. En el hemisferio sur, sucede alrededor del 21 de junio y a partir de este momento, los días comienzan poco a poco a alargarse, marcando el inicio del regreso gradual de la luz solar.
Muchas culturas antiguas lo celebraban como el renacimiento del Sol: un punto de inflexión cargado de esperanza. Fiestas como el Inti Raymi incaico o el Sol Invictus romano daban testimonio de la conexión entre los ciclos celestes y la vida humana.
En términos simbólicos universales, el solsticio de invierno representa un tiempo de reposo fértil. La naturaleza parece inmóvil, pero en su interior comienza la preparación de la vida. Es el momento ideal para la introspección, para sembrar en silencio aquello que más adelante florecerá con fuerza y sentido.
Por Montserrat Naranjo, Corresponsal Logia Atenea N°3 de Santiago.
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