Con fecha martes 11 de agosto de 2015, la Asociación Internacional de Libre Pensamiento (AILP), con sede en París, otorgó un reconocimiento al Q.H. Sebastián Jans por su aporte en la difusión y defensa del laicismo. En dicha convocatoria, la S.G.M. fue una de las oradoras, dedicando palabras de reconocimiento por la amplia labor del QH∴ a favor de la libertad de pensamiento y los principios de la Orden.
Discurso pronunciado por S.·. G.·.M.·.Q.·.H.·. Susana González Couchot
Quisiera comenzar agradeciendo a los organizadores del presente evento, por la gentileza que han demostrado al invitarme y la oportunidad que me entregan para pronunciar estas palabras. Al mismo tiempo, me es muy grato saludar y congratular al Q. H. Sebastián Jans, cuya trayectoria colma sobradamente los méritos para recibir el reconocimiento que hoy se le manifiesta. Ser objeto de gratitud pública por trabajar en la difusión y defensa del laicismo debe ser, para un masón, una de las más altas satisfacciones que pueda experimentar. Para un hombre libre, imagino, el presente homenaje consolida y proyecta los esfuerzos invertidos en garantizar el ejercicio de la razón, y la libertad de conciencia sin condicionamiento alguno. Especialmente para un latinoamericano, sabedor que en nuestros países las pasiones religiosas, tan cómodas, a veces dificultan aquel diálogo que explícitamente dicen auspiciar.
Mi presencia en esta tribuna, o más bien, la selección de palabras que les presento en esta ocasión, ha significado un desafío importante.
¿Qué cosa original podríamos manifestarle al Q. H. Sebastián Jans al respecto? ¿Qué interés despertar en su reflexión, si él es quien tiene la autoridad en dicho dominio? Por otra parte, una audiencia de librepensadores como ustedes denota, necesariamente, un conjunto de espíritus altamente críticos, esperando que la exposición sea clara y precisa. Así, para salvar estos reparos preliminares, les propongo resumir el concepto en la siguiente fórmula: “laicismo es la independencia respecto a la religión”. En su declinación política, “es la neutralidad del Estado frente a las iglesias, al tiempo que garantía de libertad de conciencia y de culto en su territorio”. Ocuparé este enunciado solo para conducir mi presentación, y para que surja efecto entre los presentes.
Dicho esto, me corresponde hablar en nombre de la Gran Logia Femenina de Chile – institución que actualmente dirijo–. Y desde ahí, me parece que esencialmente no tenemos diferencias de postura con la Gran Logia de Chile ante el laicismo. Como movimiento humanista y laico, para nosotras es primordial que en las formas de sociabilidad, en el intercambio cultural, en las relaciones diplomáticas y en las constituciones políticas, las prácticas religiosas queden relegadas al ámbito privado. En términos formales, poco importa si las raíces de nuestra sociedad son cristianas. Lo importante es que todos nuestros ciudadanos, y los extranjeros establecidos en nuestro territorio, cuenten con garantías institucionales para adorar a sus propios dioses. Por lo tanto, si no hay diferencias notorias entre hombres y mujeres respecto a los principios de fondo del laicismo, vaya que hay contrastes respecto a la experiencia que le ha tocado sobrellevar a cada quien.
En su versión masculina, la organización de la Masonería –o Franc-Masonería– es un producto de la modernidad, digamos, la perla de los tiempos modernos. Sus orígenes se entremezclan con la Reforma Protestante, con el siglo de las luces en Francia, el desarrollo de la física newtoniana, el establecimiento de la monarquía parlamentaria en el Reino Unido, la Revolución francesa, solo por mencionar algunos eventos importantes, en los cuales se aprecia la idea que la razón y el hombre están por sobre Dios. Su influencia en la conformación de los estados nacionales en América es de un mérito invaluable; no olvidemos que la monarquía española era confesional, católica, considerada como tal por la gracia pontifical. La Masonería entonces acoge el laicismo, a veces actuando de forma muy atinada como en los períodos de secularización, excediéndose en otras oportunidades (pienso en algunas manifestaciones radicales del anticlericalismo). Es decir, las
conquistas alcanzadas por el laicismo como doctrina y corriente de pensamiento y acción, no pueden entenderse sin incorporar en su alcance al desarrollo histórico de la Masonería.
No obstante, su versión femenina es muchísimo más reciente, y por lo tanto, como institución, se incorpora al mundo en una estadio evolutivo más avanzado del laicismo. Avanzado en relación al camino recorrido, no en cuanto al progresismo de nuestras sociedades, que a veces retrocede varias casillas del tablero. Las primeras logias femeninas en Chile se organizan en torno a la década de 1970, con la formación de la Primera Logia Femenina Araucaria N°3, dependiente del Gran Oriente Latinoamericano. Es decir, casi un siglo después de la promulgación de las leyes de registro civil, matrimonio civil y cementerios laicos. Y sobre todo, varias décadas después de la consagración constitucional de la separación de la Iglesia y el Estado. Estos episodios son acaso los hitos más importantes en el avance del laicismo en nuestro país, los cuales fueron impulsados por los queridos hermanos a quienes les tocó vivirlos. Mencionemos también la promulgación del sufragio femenino en 1949, reivindicación paralela a las anteriormente aludidas, que probablemente constituye el paso más decisivo hacia la igualdad de género al materializar un rompimiento irreconciliable con costumbres religiosas y legales arcaicas.
Así, las logias femeninas, además de velar por la consolidación y asegurar la proyección de estos triunfos, se ha sumado a esta tendencia en un momento donde se hacía necesario hilar más fino, trabajar los detalles, robustecer las bases. Precisamente, este trabajo de obreras en la construcción del laicismo que nos ha correspondido a las mujeres, es aquello a lo que quiero referirme ahora. Lo haré focalizándome en dos experiencias específicas, una histórica-social, la otra contingente.
Una parte importante de las mujeres chilenas hemos sido educadas en establecimientos católicos, algunos dependientes directamente de alguna congregación, otros, aceptando una práctica pasiva, quizás por inercia o por plegarse a la creencia de las mayorías. Algunas también hemos sido criadas en el seno de hogares católicos, los cuales, pese a no tener muchos fundamentos doctrinales en la mayoría de los casos, si han sido muy tajantes en la aplicación dogmática de ciertos principios que en Chile llaman valóricos: códigos vestimentarios, de conducta y vocabulario, la imposición del silencio, el servilismo doméstico ante padres, hermanos y esposos, la segregación espacial en el ámbito casero, y la humillante jactancia de esta realidad, la univocidad del destino maternal. Permítanme citar unas oportunas líneas del Q. H. Sebastián Jans: “debemos entender que la mujer en tanto tal, no por ser mujer está llamada a cumplir determinados roles en la sociedad, ni el hombre en tanto hombre está llamado a cumplir aquellos que históricamente les hemos asignado”. Enseguida: “no hay roles de género, ni por interés divino ni los debe haber por normativa legal sustentada en argumento alguno, ni menos por práctica cultural o tradicional. Esa es una posición laica y laicista por excelencia. Por eso, los laicistas han luchado históricamente por la integración de la mujer, y lo hacemos por su derecho a determinar la maternidad, por la igualdad de género en todos los aspectos, por los derechos que tiene cada individuo a su libertad sexual”. Estos pensamientos, que parecen obvios, a veces es difícil reducirlos a una frase clara y enérgica. Las pautas anteriormente mencionadas emanan del acervo conservador que planea sobre nuestra vida pública y privada, de la tradición católica que aún permea las mentalidades de nuestros compatriotas y nuestros líderes
políticos –ya sean de extrema derecha o de extrema izquierda–. La masonería ha permitido a muchas mujeres ir desprendiéndose de estos prejuicios, fomentando la originalidad del individuo que solo puede germinar en un contexto libre. Allí han encontrado una arena sobre la cual dar rienda a sus inquietudes, desde las más concretas a las más abstractas. Estos comportamientos son vividos como un cambio, frente al cual la matriz de nuestra cultura latinoamericana se opone. Como iniciadoras, hemos participado directamente en la génesis de la masonería femenina en Argentina, Bolivia y Uruguay, siendo este último país el lugar donde más rápidamente se implantaron y florecieron sus fundamentos. Probablemente esto se explica por la reconocida horma laicista que allí impera. Fantaseando, si existiese un índice de laicismo per cápita, lo más seguro es que Uruguay tendría la tasa más alta en nuestro continente.
La segunda experiencia sobre la cual quiero referirme brevemente tiene relación con el debate sobre la ley de despenalización del aborto que actualmente ha eclipsado nuestra cotidianidad, y frente al cual la Gran Logia Femenina de Chile, ha debido adoptar una postura pública. Al respecto, consideramos lamentable que nuestra legislación haya experimentado un retroceso, pues entre 1931 y 1989 fue completamente legal interrumpir un embarazo por razones de salud; asimismo, rechazamos las poco afortunadas opiniones que plantean una eventual bajeza ética e intelectual de aquellas mujeres que contemplan el aborto como una posibilidad entre otras, ante la angustiosa disyuntiva que puedan estar sufriendo; también manifestamos la urgente necesidad de debatir, sea en el parlamento o en otras instancias pertinentes, este problema específico, así como declaramos nuestro interés por abrir una discusión de fondo sobre los Derechos Sexuales y Reproductivos. Además, hemos visto que este tema irriga una serie de contenidos, como la legislación penal, la desigualdad socioeconómica, la salud pública, la violencia familiar, y transparenta las posturas que cada quien tiene ante ellos. Nuevamente me tomo la libertad de citar al Q.H. Sebastián Jans: “Hoy se abre una nueva posibilidad de debatir en torno a un rebuscado concepto de aborto terapéutico, cuando en realidad lo que corresponde es despenalizar la práctica abortiva, por tratarse de un articulado decimonónico, agravado por una finalidad esencialmente sexista”. Luego: “Si lo que se trata es proteger la vida y al que está por nacer, en lo que todos los seres humanos estamos de acuerdo, ello no puede darse sobre la base de un castigo decimonónico contra las mujeres pobres, sino sobre la base de una buena educación sexual, de la promoción de políticas de salud adecuadas a nuestros tiempos, y de un efectivo estímulo de la maternidad. En Chile, hay un sector que se negó a la educación sexual en los colegios, se negó a campañas de difusión de los preservativos, se negó a políticas públicas sustentadas en la píldora del día después, y que también se niega recalcitrantemente a cualquier modificación al estatus legal que penaliza el aborto. En su tiempo se negó a la distribución de la píldora anticonceptiva y a cualquier método de control de la natalidad. En su comprensión valórica siguen pensando que la mujer es una simple referencia corporal, destinada a cumplir determinados roles reproductivos.
Con base en lo anteriormente planteado, queda señalado que en el ámbito de las ideas fundamentales, una importante línea de opinión acogida por la Gran Logia Femenina de Chile se encuentra alineada con los principios promovidos por el Q.H. Sebastián Jans. Para cerrar esta
alocución, quisiera mencionar que entre las virtudes de nuestro personaje, las que son más significativas para nosotras, las que más nos aportan, es su capacidad para dar claridad a dichas posturas que compartimos, su facultad para entregar transparencia, simpleza y vigor a los pensamientos que juntos defendemos. Y especialmente su esfuerzo por hacerlos públicos, por difundirlos en los espacios más diversos, por ser activo y no enclaustrarse en la autocomplacencia mental.
Susana González Couchot Gran Maestra
Gran Logia Femenina de Chile Santiago, 11 de agosto de 2015