Palabras que iluminan: Una mirada masónica y femenina sobre el Día del Libro

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Cada 23 de abril se celebra el Día del Libro. Y aunque para muchos puede parecer una efeméride más, quienes transitan por el sendero iniciático reconocen que esta fecha resuena con una profundidad particular. Porque el libro como objeto, más allá del papel y la tinta, representa el vehículo esencial del pensamiento libre. Y, en especial, el libro es para las mujeres masonas un instrumento de emancipación, una piedra angular en la edificación de si mismas y del mundo que anhelan construir.

Como mujeres, sabemos que los libros han sido tanto puertas como muros. Desde tiempos antiguos, las letras han sido refugio y trinchera y, durante siglos, a muchas de las ancestras se les negó el acceso a la palabra escrita. Leer, pensar, escribir, eran privilegios reservados para unos pocos. Pero las mujeres fueron persistentes, y la historia también muestra que hubo mujeres que lucharon contra el silencio: aquellas que copiaban textos en la penumbra, que escribían ocultas tras seudónimos, que resistían desde la poesía o el ensayo, desafiando a quienes pretendían mantenerlas en la oscuridad. Como Hildegarda de Bingen, Sor Juana Inés, y tantas mujeres silenciosas que escribieron en los márgenes de la historia, reclamando el derecho a nombrar el mundo, a interpretarlo y a transformarlo.

Por eso, cuando hojeamos un libro, no solo se recorren las páginas: se honra a las que leyeron en secreto, a las que soñaron con la libertad, a las que entendieron que cada palabra podía ser un acto de subversión. Las mujeres de hoy son sus herederas y también sus continuadoras.

Desde la tradición masónica, el libro no es solo un objeto de estudio: es un símbolo de elevación. Representa la búsqueda, la luz, el sendero hacia el perfeccionamiento. Es el testimonio de quienes han caminado antes por la misma senda. En cada página leída se despliega la posibilidad de mirar hacia dentro y también hacia el horizonte. Desde la palabra escrita, se despierta la conciencia, se libera el pensamiento y se afirman los valores de libertad, igualdad y fraternidad.

El acto de leer, por lo tanto, no se resume a solo adquirir información: es cultivar el discernimiento, ejercitar la paciencia, sembrar preguntas. Es, también, sostener una humildad activa frente a la sabiduría que aún no se comprende cabalmente, pero que se intuye como verdadera.

Hoy, más que nunca, necesitamos libros. Libros que incomoden, que inspiren, que enseñen. Libros que inviten a pensar juntas el mundo que se quiere habitar. Porque leer es también un acto ético, una forma de resistencia ante la ignorancia, la apatía y el olvido.

Y por eso, en este Día del Libro, desde esta mirada femenina y masónica, celebrar cada página leída con el corazón abierto, cada línea escrita con la intención de construir, cada texto que es el reflejo de lo que aún se puede llegar a ser. Cada letra es una chispa, cada párrafo una piedra, cada obra una herramienta para tallar la más compleja de las construcciones: la de sí misma. El libro es, en este camino, una lámpara encendida en el taller interior.

Que este día nos encuentre con un libro en la mesa de trabajo, con las manos activas y el alma despierta. Que sigamos leyendo no solo con los ojos, sino también con el espíritu. Y que nunca olvidemos que cada lectura es también una piedra más en la Gran Obra de la humanidad.

Por Isabella Fioravante, Logia Mediodía Nº49 de Santiago.