El aporte de la masonería femenina a la familia de hoy

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Verónica Gutiérrez B. / Maestra / R:.L:. Araucaria N°1
Gran Logia Femenina
Santiago, agosto 2009

Nuestras sociedades han cambiado aceleradamente en las dos últimas décadas, este es un hecho que nadie podría negar. Los adelantos tecnológicos en las áreas de la computación y las comunicaciones han tenido profundos impactos, cuyos efectos están siendo evidentes en las generaciones más jóvenes. La exposición permanente a gran diversidad de contenidos culturales, que nacen en otros contextos pone en cuestión la herencia cultural más cercana y desafía la construcción de las identidades. En efecto, no es descabellado decir que hoy muchos niños conocen mejor las “normas” de la japoanimación y, por lo tanto, otras tradiciones culturales más que las nuestras.

Estas transformaciones alcanzan a todas las esferas e instituciones afectando claramente el universo de certezas en las que solían crecer las nuevas generaciones. La esfera familiar no es la excepción, aunque es necesario precisar que la estructura familiar es una construcción social que se ha adaptado a las exigencias de la sociedad de la que forma parte.

Desde el punto de vista de la sociología, las funciones de la familia son claras y vitales, es decir, ninguna sociedad puede mantenerse en el tiempo si no resuelve exitosamente las tareas que recaen en la familia. Estas son: la reproducción física y social de la comunidad y el cuidado de los niños, enfermos y ancianos.

La familia alimenta y cuida a los nuevos miembros y los habilita para integrarse armónicamente al grupo social. Dentro ella se aprenden las primera y más profundas nociones de autoridad, trabajo en equipo, responsabilidades y también se desarrollan las habilidades sociales necesarias para vivir en el grupo.

Si bien la familia es una constante en todas las sociedades, las formas o tipos de familias difieren. En las sociedades agrarias, en donde la sobrevivencia del grupo estaba sujeta a su capacidad de trabajar la tierra, la familia extensa proveía constantemente de nuevos miembros. Este tipo de familia, regida por una fuerte figura patriarcal, con muchos miembros emparentados entre sí, en donde los hombres se hacían cargo de trabajar la tierra y las mujeres de la crianza y del cuidado de la huerta y los animales domésticos, se caracterizaba por una alta fertilidad desde edades muy tempranas. Asimismo, los niños y niñas asumían responsabilidades en el trabajo familiar desde muy pequeños.

Por el contrario, en la sociedad industrial urbana, las familias se hicieron pequeñas y su estructura fue nuclear. El hombre trabajaba fuera de casa y aseguraba el sustento del grupo, la mujer lo hacía dentro de casa y aseguraba la protección y educación de los niños. En términos ideales, los niños y jóvenes eran educados por largos años sin producir económicamente, para luego tener las competencias que les permitieran una inserción ventajosa en el mundo laboral.

La sociedad actual esta organizada en torno a un modelo económico mundial de libre mercado en donde el sector mas dinámico esta dado por la circulación de información. Los avances tecnológicos han permitido una aceleración del intercambio a niveles desconocidos hasta ahora.

El mercado, ese espacio virtual en donde todo se transa de manera figurada, ha tomado tal importancia que las referencias a él hacen pensar que se habla de una persona; expresiones como “el nerviosismo del mercado” o “el mercado requiere de señales que lo calmen” son parte del lenguaje actual.
En este tipo de sociedad, las ventajas para insertarse con éxito están dadas por la sobre especialización, los años de estudios se han multiplicado y ya no es suficiente tener una profesión. Ahora se requiere de una maestría, de un doctorado y, ojalá, de un post doctorado.

En este contexto, la estructura de la familia se ha alterado profundamente. En primer lugar el tamaño se ha reducido de manera importante y la experiencia de crecer con hermanos de edades cercanas es menos frecuente hoy porque es cada vez más común el tener hijos únicos. Este cambio implica diferencias de educación, ya que el espacio de socialización entre pares, en donde se probaban fuerzas de liderazgo y negociación tiende a debilitarse. Los hijos únicos tienen mayores privilegios económicos, pero también enfrentan mayores soledades e incertidumbres debido a que su espacio de socialización entre pares se traslada desde muy temprano fuera del hogar. Por otra parte, en la familia actual ambos adultos trabajan y el trabajo femenino es, con frecuencia, más que una opción una necesidad, ya que el sueldo de uno solo de los miembros se hace estrecho, emergiendo el sueldo combinado de ambos como una posibilidad de cubrir los gastos familiares. En consecuencia los niños tienen, potencialmente, menos supervisión adulta.

En términos generales, los resultados comparados de los dos últimos Censos de población muestran que la estructura familiar en Chile se ha diversificado y, que en vez de estar frente a un nuevo modelo de familias, estamos frente a varias opciones que intentan responder a las tareas sociales que la familia tiene. El aumento de las tasas de divorcio demuestra que la estabilidad de las relaciones de la pareja y de las familias se ha resentido. Para esto existen diversas explicaciones que seria muy extenso reseñar en esta oportunidad, sin embargo, es importante destacar que las diversas miradas convergen al menos en dos fuentes de explicación.

En primer lugar la actividad laboral de la mujer implica un rápido desgaste de las relaciones entre pares adultos. La mujer actual cumple al menos dos jornadas completas de trabajo: en el mundo laboral y en la casa. En estas condiciones de disparidad, los lazos afectivos se resienten y son menos robustos a la hora de enfrentar las crisis de la pareja.

Por otra parte, el sentido de realización personal se ha alejado del ideal de fundar un núcleo propio. Las mayores oportunidades en acceso a nuevos mundos, a viajes y a realizaciones personales individuales han opacado las imágenes ideales de perpetuarse a través de la familia. Es importante no juzgar este punto sino considerarlo parte de la realidad y de las consecuencias de una modernidad que ya está completamente instalada en nuestro país.

Podríamos seguir profundizando estos temas que son, ciertamente, muy importantes. No obstante, lo que nos convoca en esta oportunidad es la siguiente pregunta: ¿Qué aporta la Masonería Femenina a la familia hoy?
Nuestra Obediencia elige mujeres en las que reconoce un potencial y, a través de sus métodos, las dota de herramientas para que progresen en su propio perfeccionamiento. Las ayuda a conocerse a si mismas, a ser más conscientes y a conocer a otras mujeres que, de maneras diferentes, enfrentan y resuelven los mismos problemas. Se trata entonces de aprender a trabajar de manera colectiva e individual por el bien común e individual. En este aspecto, el aprendizaje que realizamos en la masonería no es tan distinto del aprendizaje que nuestros hijos deben realizar en la familia: trabajar en equipo por el bien común y por nuestro propio bien. En la medida que la mujer masona tenga la experiencia de pulir permanentemente su Piedra Bruta, no solo será mas capaz de comprender el trabajo de sus hijos, sino también de orientarlos y reforzarlos.

La mujer actual se desempeña en muchos ámbitos simultáneamente y a veces, en circunstancias adversas, sólo por su condición femenina. Para estas mujeres la Masonería es un espacio de serenidad y reflexión, de convivencia fraterna, un refugio valórico que permite lograr equilibrio y templanza. Ésta es una institución que nos entrega herramientas para crecer, pero que también exige de nosotras un cambio que nos convierta en mejores personas y nos permita fortalecer a nuestras familias, no solo para que cada una logre cierto parámetro de éxito sino para que cada miembro desarrolle el máximo de su potencial en un espacio familiar abierto, cálido y profundamente ético.
Finalmente, la práctica de convivir y compartir con personas que tienen diferentes experiencias y perspectivas, en un ambiente de franqueza y fraternidad nos predispone a replicar el espíritu de tolerancia y mantener la mente abierta en otros ámbitos. Nuestras familias se benefician de ello, ya que en este contexto, cada miembro tiene mayores posibilidades de expresar y desarrollar sus particulares puntos de vista en conjunto con el resto del grupo.

De esta manera, la Masonería Femenina actúa en el mundo profano, fortaleciendo la familia y formando mujeres capaces de generar lazos profundos de fraternidad basados en el respeto y el reconocimiento permanente de los otros.